jueves, septiembre 19, 2024

Odio reaccionario

Por Ana Tidae

Existe un fenómeno, ignoro si se le ha puesto algún nombre en sociología o psicología, que consiste en que casi todo el mundo recuerda exactamente qué estaba haciendo cuando sucedió algún evento especialmente impactante a nivel social. Los 11 S y M, por ejemplo. Aparte de esas y otras fechas, como el 23 F que tuvo a mi profesor de 4º de EGB todo el día con el transistor en la oreja y cara de honda preocupación, tengo otro de esos recuerdos vívidos. 

Era una mañana gélida de diciembre, madrugué para ir al colegio, me envolvía una sensación incómoda desde antes incluso de sonar el despertador. Como vivía en el extrarradio obrero en un cruce de avenidas, carreteras y polígonos industriales, eran sonido cotidiano las sirenas de vehículos de emergencias e incluso de accidentes in situ. Pero ese día me produjeron una sensación especialmente extraña, lúgubre. Pasaban los minutos, y percibí inquieta que el número de sirenas y el tiempo que llevaban pasando estaban superando de largo todos mis registros de memoria. Salí al balcón invernal, aún no amanecía, y miré a lo lejos, hacia las luces de los polígonos y hacia donde se perdía la vista en la autopista, ambos puntos de posibles accidentes, relativamente habituales. Me pregunté, con una sensación siniestra que me estremecía junto con el viento helador y húmedo de la madrugada, qué había podido pasar, si algún accidente o incendio realmente grave y masivo, u otra cosa. Me afectaban extraordinariamente los accidentes y las desgracias, mi mente volaba hacia el sufrimiento y las almas de las víctimas sin poder evitarlo, de forma refleja, y allí estuve unos minutos compadeciendo (padeciendo con) a esas desconocidas víctimas que apenas una hora antes no sabían que esa iba a ser la fecha en la que su vida se truncaba.  Pero ese día había algo más en el ambiente, un dolor todavía más incrementado, una sensación densa que emanaba del epicentro de la tragedia dondequiera que estuviera y me atravesaba con su frío anquilosante como una lluvia radiactiva.

En cuanto llegué al colegio comprendí por la información y los rostros sombríos de mis compañeros y profesores cuál era la naturaleza de esa energía tan negativa que había percibido. Se trataba del odio. El odio en estado puro. El evento traumático que estoy compartiendo fue el atentado con bomba en la casa cuartel de Zaragoza en diciembre de 1987, en el que entre otros murieron varios niños en sus camas y cunitas. Odio en su expresión más extrema y material.

Alguien ha maquinado sin parar para que los españoles no prosperásemos ni fuésemos plenamente felices sin recibir dosis periódicas de odio y crueldad, y de desánimo, hasta llegar al escenario actual en el que, por odio y con odio, una gran parte de esa “élite” odiadora y odiosa se dispone a desgajar el país poniéndolo además en régimen de servidumbre sometida, y a transformarlo traicioneramente en otra cosa devastada e irreconocible. Ese odio, por cierto, podía percibirlo también cuando apenas se liberaba en pequeñas dosis sutiles en la prensa y televisión de cierta región, para ir envenenando poco a poco a la masa que necesitaban para darle forma cuando llegase el momento propicio (avui paciència…). Con el tiempo la liberación pérfida y sibilina de odio empezó a extenderse por el resto del país, pongamos que de forma más perceptible a partir de 2004. Es la cruz de los hipersensibles, notar todas estas cosas como aguijonazos de diversa intensidad, y ver cómo casi todos te toman por loco exagerado cuando lo adviertes.

Naturalmente no son estas las únicas manifestaciones del odio que he podido percibir a lo largo de esta vida, más hoy que anda multiplicándose y replicándose como un alien viscoso, pero las cuento porque pueden ser un punto de referencia para un buen número de españoles que rebusquen en sus propias memorias y reflexionen sobre su propia concepción de lo que es y no es odio.

Como casi la totalidad del lenguaje, la palabra y el concepto odio es otra de las que han distorsionado y pervertido los políticos, periodistas, agendistas y activistas en general, con fines estratégicos. Evidentemente el llamado “delito de odio”, una abominación filosófica y jurídica, no nació con otro fin que el de convertirse en una herramienta de mordaza y represión, abusada precisamente por los que más se llenaron la boca demagógicamente con el vocablo libertad a lo largo de las décadas anteriores. En estos días estamos asistiendo a un incremento en la agresividad de la autopercibida “policía del odio” (del odio ‘según’). Dispensado el suyo, su odio autorizado y autojustificado,  que erupciona  visible cual pústula de viruela,  y cuya obvia explicación es que ante las aguas que hace el delirante, irracional, basado en cadenas de engaños, corrupto, decadente, irrespirable  y enfermizo escenario de “progreso” que nos han montado entre unos y otros, incluidos los del coche bomba en la casa cuartel, deben quemar todos los cartuchos posibles para que los disconformes vuelvan a sentir miedo y coerción de opinar lo que piensan y razonan con auténtica libertad de expresión, incluido el derecho de equivocarse de vez en cuando, y más en el escenario de deliberado caos que aquellos han propiciado. Miedo, odio, las herramientas predilectas de los más abyectos dictadores y los sujetos más intransigentes. Una sociedad en la que una parte sustancial de las voces está silenciada o proscrita es vía expedita para que los más manipuladores y déspotas hagan y deshagan con ella, sus recursos y sus gentes cuanto se les antoje.

El concepto de odio queda totalmente banalizado y tergiversado, aunque al menos aún no ha resultado invertido del todo, como los conceptos revolucionario y reaccionario, o la izquierda y la derecha, los cuales ya cuestionaba y más bien despreciaba aquella adolescente aterida por el frío del valle y del odio procedente de alguna dimensión maligna en aquel invierno de 1987. Porque tiene gracia que los caciques, cortesanos y cutre-aristócratas del sistema,  bien amorrados a las riquezas extraídas y bien agasajados, enrocados en el poder y  las instituciones, represores de la libertad de expresión e información– y muchas otras, farsemias mediante-  compadres colaboradores necesarios del gran capital multinacional colonialista, y parapetados por los medios sistémicos que ejercen de neoclero sermoneante, admonitorio e implantador de un código de conducta ovina que pretenden pasar por moral, insistan en hacerse llamar “revolucionarios”, y en referirse a la gente que apenas empieza a rebelarse contra sus abusos, sus destrozos, sus saqueos, sus agresiones, su represión, su pisoteo de la ley y su retórica perturbada como “extrema derecha reaccionaria”. Diría, como si lo estuviera contemplando de forma intemporal desde aquel alto balcón sacudido por la invisible onda expansiva del odio, que la realidad es justo la opuesta. Ellos son los reaccionarios que defienden su régimen, privilegios, forzada hegemonía y religión (la naturaleza religiosa y sectaria del “progresismo” y gran parte de sus adeptos es patente) con uñas, dientes, censura, porras y botes de humo, y los disconformes son los revolucionaturos.  En este digital varios autores han señalado en más de una ocasión lo que para muchos ya es muy obvio: que vivimos en una realidad invertida, con las etiquetas y los papeles permutados.  Subrayarlo es una de las primeras tareas revolucionarias.

EsDiestro
Es Diestro. Opinión en Libertad
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3 COMENTARIOS

  1. En mi experiencia siempre he visto que el odio a los no correligionarios es sobre todo una patente de la izquierda. Lo he vivido en propias carnes cuando estuve en ese grupo ideológico. Hace tiempo que me di cuenta de que la izquierda es una secta laica que vive en un contexto ideológico irreal, donde la historia y la narrativa actual han sido falsificadas, en una narrativa-acto de fe, para movilizar a la gente en pro de «la igualdad y del pueblo» y contra la clase empresarial y los políticos de derecha. Me di cuenta de que hay valores por encima de la presunta igualdad social, que no tiene sentido someter la individualidad a lo colectivo material, que en los países comunistas la gente vive de una forma indeseable, que la verdad es la que nos libera realmente y que en el fondo, y a la hora de la verdad, la izquierda crea adeptos sectarizados desespiritualizados y odiadores de los no correligionarios cuya función es la de formar un surrealista ejército obediente y zombi encargado de luchar y sacrificarse para traspasar el poder y los recursos a los ocultos directores de orquesta, dueños de la gran banca y del dinero fiduciario. Históricamente ya prácticamente lo han conseguido y muy pronto será una realidad la Nueva Dictadura Mundial 2030. Nunca es tarde si la dicha es buen de seres mentalmente controlados al servicio ajeno. De sabios es corregir. Es preferible equivocarse con la propia ideología personal que la experiencia de uno le ha hecho construir y no con una ideología colectiva irrreal al servicio de los Rothschild y compañía.

  2. Alta traición que se vayan preparando para la que se les viene porque van a ser juzgados en breve.
    Si el del Reino Unido piensa que va a frenar a los ingleses es que es gilipollas como si el Sr Aguilar se piensa que la gente no va a opnar por mucho que amenace. No les quepa duda que todo pronto se pondrá en su sitio.

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