Por Isabel Lucio
Estos días asistimos a la celebración de los JJOO 2024. París se convierte en escaparate del mundo y miles de deportistas compiten dando lo mejor de sí mismos, asombrando con su ejemplo de respeto, superación y entrega a través del deporte.
Frente al espíritu olímpico unificador y de paz, el mundo ha asistido, atónito, a la ceremonia de apertura de los juegos, que nos ha ofrecido otra imagen: un París tomado por la policía, rememora, a ritmo de heavy metal, como nuestros valores modernos giran en torno a la cabeza de la pobre María Antonieta rodando por una plaza, y destroza sus ya maltrechos fundamentos morales, riéndose de Jesucristo y de la Eucaristía y mostrando la decadencia de una nación y de un continente.
Por encima de la evidencia, cada vez menos esquiva, y la indignación que nos causa a los ciudadanos honestos pagar con nuestros impuestos estas tropelías, ¿dónde nos sitúan estos acontecimientos? Bueno, Francia ha abierto una gran ventana al mundo y nos ofrece la gran oportunidad de mirar y ver muchas cosas.
¿Qué veo a través de esa ventana?
Como ciudadana europea empiezo a ver la historia con todas sus aristas, y no la falseada o recortada por el bando vencedor y los intereses del momento. La revolución francesa tendría sus cosas buenas, pero como toda revolución, estaba encabezada por los interesados del momento que hábilmente manejan las masas a su conveniencia. Sin entrar en el contexto global mundial y europeo del momento, la Revolución fue una catástrofe humanitaria, en la que en nombre de la libertad, igualdad y fraternidad se produjo una auténtica carnicería, una ola de feroz violencia popular ante la que toda Europa se indignó y horrorizó. Tras la toma de la Bastilla, una corriente de intolerancia impuso a sangre y fuego su revolución aplastando sin piedad todo lo que consideraban relacionado con el antiguo régimen, incluyendo una persecución religiosa que tiene su máximo exponente en el genocidio de La Vendée o en el asesinato de las 16 monjas carmelitas de Compiègne a las que cortaron la cabeza simplemente por ser monjas y no renunciar a su amor por Cristo.
¿Qué orgullo puede sentir un ciudadano del siglo XXI al ver cómo las instituciones financian estas graciosidades y amparan estos movimientos “woke” que no tienen ningún problema en justificar y alardear de determinada violencia?
Sigo mirando por la ventana de París. Entre tanto espectáculo fariseo, veo a los europeos cada vez más perdidos y desarraigados, no resolvemos con lógica ni un solo reto, empezamos a parecer cascarones vacíos, los gobiernos parecen cónclaves de burócratas y políticos acomodados, divididos en no sé cuántos grupos, entretenidos en mil pactos cruzados, inmersos en repartirse el poder, trazando líneas rojas. Se gobierna por oposición, matando civilmente al otro. No hay consensos, no existe el interés del ciudadano, sino el de mi partido. La democracia parece asaltada y la dictadura de las minorías se cuela requebrando las leyes. Los ciudadanos están aplastados bajo millones de leyes. Los gobiernos esconden verdades como el nivel de pobreza, el suicidio juvenil, la creciente tasa de cánceres, la mala gestión económica y los juegos dobles en las guerras que financiamos y condenamos al mismo tiempo. Honradamente, ¿alguien piensa que saldrá algo bueno de esto? Nada de nada. Solo supervivencia por un tiempo.
Todo es líquido, cambiable, modificable, cultura “woke”. El reino de la mentira ¿Por qué? La gran Europa ha renunciado a sus valores y a su tradición judeocristiana, ha elegido tirarlo todo
a la basura. Ya no existe bien ni mal, ni cielo que ganar, todo está permitido. Moral, ¿qué moral? Valores, ¿qué valores? Respeto al otro, ¿qué respeto? Lo que mola es lo pagano y lo woke. Lo demás es ultra. Los franceses, con Macron a la cabeza, nos lo han mostrado muy claramente.
Por la ventana de París aparecen ahora los drag queen de la Última Cena. Todo el planeta lo está viendo. Francia, la república, mientras esconde a los pobres de sus calles, proyecta su gran tolerancia, en realidad, su decadencia moral al mundo. Y, ¿dónde empezó todo? ¿Pudiera ser que, ese empeño en convertirse en superhombres y sacar a Dios de la ecuación, haya sido una muy mala idea y nos lleve a la perdición?
Poco a poco, la escena va transformándose … y ahora aparece la de Verdad, aparece Jesús de Nazareth. Me mira. En un ejercicio de humildad, trato de bajarme, bajar de mi pedestal para poder cruzar la mirada con Él. Y me dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” “sin mí no podéis hacer nada”.
¡Vaya! Pero, ¿quién es Jesús? Si, puedo recordar que Dios en su infinita misericordia, se hizo hombre en Jesús. Jesucristo es Dios hecho hombre, para crear una nueva alianza entre Dios y el hombre, para ser mediador, para interceder por mí, para salvar mi alma.
La mirada de Jesucristo no deja lugar a dudas. Su testimonio en el mundo es puro amor, pasó haciendo el bien, sanando enfermos, y condenado injustamente por el miedo, los intereses y el poder. Aceptó cargar la ira de todos sobre sí, para morir desnudo, con sus brazos abiertos en la cruz… entregándolo todo… Y lo mismo hacen los santos y todos sus seguidores, a lo largo y ancho del planeta: ofrecen su vida por amor, por la salvación de las almas. ¡Es tan fácil meterse con los cristianos!
Nadie habla de eso hoy día… ¿por qué? Y, si todo eso fuera verdad, ¿dónde está mi alma ahora mismo?
La escena sigue en su dinamismo.
Ahora Jesús desaparece, desaparece del mundo. No está, se ha ido es como un eterno sábado santo, el mundo ha quedado vacío. ¿Qué significaría para la humanidad que la figura de Jesús desaparezca de nuestros libros, de nuestras calles, de la mente de nuestros hijos? ¿Puedo imaginar mi ciudad sin iglesias, el mapa de mi país sin monasterios y conventos? ¿Puedo imaginar un mundo sin Jesús, sin Dios? ¿sin sagrarios? ¿sin Eucaristía? ¿en que quedaría convertido el ser humano? En la nada. Y, ¿a quién beneficiaría?
Y, ¿no es eso lo que pretenden? Esa ceremonia de los JJOO, sin alma, reducida a un esperpento de mal gusto… Esa Europa desarraigada de su historia y tradición que esconde y desprecia el cristianismo. La masonería necesita sacar a Cristo de la faz de la tierra para tener todo el poder sobre el ser humano. Sería el triunfo del mal. Y el fin de la verdadera libertad.
Por eso, amigos, es la hora de la verdad. Todo está en juego.
La ventana de París nos muestra que no podemos seguir en esta insoportable tibieza. Como judeo-cristianos reconozcamos nuestra historia y con ella la figura de Jesucristo, el don inmenso que Dios nos regaló y nosotros negamos, no tres sino mil veces.
Pilatos sabía bien que estaba ante la Verdad. Pero atrapado en su posición, en el poder, en las tramas de los judíos, lo condenó, se lavó las manos y corrió a esconderse de sí mismo.
Y nosotros, humanos del siglo XXI, europeos, ¿Dónde creemos que está la verdad? ¿en la IA? ¿en el Parlamento europeo? ¿en el gobierno de la nación? ¿en la cultura woke? ¿Macron o Melenchon son la verdad? ¿o tal vez Sánchez y su séquito? ¿Qué es la Verdad?
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” dice Jesús.
Los gobernantes no van a hacer nada. Como Pilatos están atrapados. Tenemos que hacerlo nosotros, las gentes de a pie. Reconocer a Jesucristo es ponerse a sus órdenes para allí donde nos ha plantado – como profesionales, maridos, mujer, hijos, religiosos, lo que sea – hacer florecer lo mejor de nosotros mismos, desde la que somos: reconozcámonos criaturas, hijos de Dios, con nuestra vida orientada a Dios y nuestros ojos fijos en las manos de nuestro Señor. Solo desde ahí, desde esa maravillosa pequeñez, podremos ser libres y volver a sembrar consuelo y esperanza en nuestras vidas. Solo desde ahí, nuestros corazones pueden florecer.
Si, amigos. Francia nos ha abierto una gran oportunidad de reencontrarnos a nosotros mismos.
Tocan las campanas de nuestras iglesias, es urgente volver a casa. Lo tenemos todo, tenemos las instrucciones, ¡Usémoslas! Es Jesús, mi relación personal con Él, la palabra de Dios, sus mandamientos, las bienaventuranzas, su misericordia y, por supuesto, la Eucarística, ¡la Última Cena! el gran legado que Jesús nos dejó, la conexión entre lo natural y sobrenatural.
Pongamos nuestra visión interna en el Reino de los Cielos. En la belleza. En lo transcendente. En la humildad de ser criaturas, reconocer que somos ignorantes y volver a aprender lo que nuestros abuelos ya sabían.
Vuelvo a mirar la escena de París. Poco a poco se transforma en la letra de una canción: “Decid a todos que vengan a la fuente de la vida,
Que hay una historia escondida dentro de este corazón,
Decidles que hay esperanza, que todo tiene un sentido,
que Jesucristo está vivo, decidles que existe Dios”
A MI ME INDIGNA QUE SIGAN LLAMANDO CIUDADANO A CADA INDIVIDUO QUE EN SU CONJUNTO ES EL PUEBLO.
YO NO SOY CIUDADANO NO SOY ESCLAVO SOY UN SER HUMANO LIBRE VIVO Y SOBERANO.
Ciudadano es ser esclavo del Estado y ahora encima quieren que sea ciudadano europeo y el objetivo final del mundo y de la OMS. Cada vez que veo escrita la palabra ciudadano me dan arcadas. Es el Pueblo al que se deben referir o al ser humano individual no al ciudadano. A mi nadie me otorga derechos ni soy miembro de ningún estado ya que el Estado es una institución que debe defender los Derechos del Pueblo pero no nos otorga Derechos, Cada vez que te refieres como ciudadana o como ciudadano estas diciendo como esclava o como esclavo. Y no somos esclavos por lo tanto el proximo que me llame ciudadano le diré que ciudadano lo será su puñetera madre. Y no es un asunto menor aunque pueda parecer que estoy obligando al autor o autora a cambiar el texto es que ese uso del lenguaje es la clave y si seguimos usando su lenguaje lo vamos a tener más complicado y me da igual el autor pero no podemos ceder en esto ni lo más minimo. No somos ciudadanos ese es el grito que de debe oir a nivel mundial. Por lo tanto ciudadano lo será su puta madre la de ellos, la de estos cabrones que nos esclavizan. Somos seres humanos libres no ciudadanos. Cada vez que os dirigis a ellos como ciudadano os reconoceis esclavos del Estado.