Artículo de Alfonso de la Vega
El genocida y magnicida Henry Kissinger ha muerto con una vida centenaria de crímenes en su negra conciencia. Hijo de judía e íncubo de la jerarquía demoniaca constituye una figura emblemática de la más peligrosa judería internacional del siglo XX.
Pero mejor que sus contemporáneos dejemos a uno de nuestros más brillantes autores del Siglo de Oro que le ajuste el obituario. Me refiero a don Francisco de Quevedo que parece describir a uno de los más negros conspiradores del siglo pasado con su lúcida visión sobre un tema hoy de moda, el de las conspiraciones reales o supuestas. Me refiero a una breve obra maestra suya, un no muy conocido tratado político quevedesco, muy políticamente incorrecto, póstumo por haber sido secuestrado junto a otros documentos del autor cuando fuera preso en San Marcos, y al que los guardianes alabanciosos del Poder no dudarían en calificar de “antisemita”, término impropio, calumnioso pero muy socorrido y facilón cuando se pretenden tapar incómodas fechorías del Poder. El tratado se titula La Fortuna con seso y la hora de todos.
Durante una hora, Júpiter obliga a la veleidosa Fortuna a sujetarse a la Razón, dando lugar a singulares alternativas que ponen de relieve la doblez, injusticia y sinrazón de nuestras relaciones sociales e institucionales. Todo un entramado de complicidades y despropósitos que recuerda a Erasmo.
De este modo Quevedo desenmascara la hipocresía del tinglado institucional, en el que nada es lo que parece o debiera ser de acuerdo a sus fines confesados. Parece que nos suena un poco la cosa.
La obra demuestra la lucidez y erudición de su autor, su gran conocimiento de la política nacional e internacional de su época, en la que no falta una visión geopolítica o estratégica, que tanto se echa en falta entre nuestros mediocres próceres actuales, o bien felones o incapaces de ver más allá de sus narices. Tampoco falta la visión moral: “La malicia introduce la discordia en el mundo y la astucia conserva al mundo en discordia y la disimulación hace bienquisto al que siembra la cizaña del propio que la padece”.
O la lucidez con la que constata la permanente inanidad de la Justicia en el Reino de España. El tinglado judicial como negocio de pícaros y sacamantecas: “la nota de la petición pedía dineros; el pasante pedía la pitanza de escribirla; el procurador, la de presentarla; el escribano de la cámara la de su oficio; el relator, la de su relación…” La Hora de la sinceridad explica que… “en los pleitos lo más barato es la parte contraria….más queremos una parte contraria que cinco (las propias)…cuando nosotros ganemos el pleito, el pleito nos ha perdido a nosotros… el mejor juriconsulto es la concordia…”
Pero, quiero extenderme en otra visión que no parece extraída de un texto del siglo XVII sino de la más pura literatura actual mal llamada “conspiranoica”. Es la parte de la obra dedicada a la Isla de los Monopantos, en la que claro que no se cita a Kissinger con ese nombre pero se sobrentiende.
Reunión en la sinagoga de Salónica con rabíes representantes de las principales juderías. Entre ellos los Monopantos…”son hombres de cuadriplicada malicia, de perfecta hipocresía, de extremada disimulación, de tan equívoca apariencia, que todas las leyes y naciones les tienen por suyos…”
Así habló Rabí Saadías:
“Nosotros, primer linaje del mundo, que somos desperdicio de las edades y multitud derramada que yace en esclavitud y vituperio congojoso, viendo arder en discordias al mundo, nos hemos juntado a prevenir advertencia desvelada en los presentes tumultos, para mejorar en la ruina de todos nuestro partido….y todo este enredo ciego y belicoso (se refiere a la promoción o financiación de guerras y rebeliones) causamos con haber tejido el socorro de cada uno en el arbitrio de su mayor contrario; porque nosotros socorremos como el que da con interés dineros al que juega y pierde, para que pierda más. No niego que los Monopantos son gariteros de la tabaola de Europa, que dan cartas y tantos, y entre lo que sacan de las barajas que meten y de luces, se quedan con todo el oro y la plata, no dejando a los jugadores sino voces y ruido, y perdición, y ansia de desquitarse a que los inducen porque su garito, que es fin de todos no tenga fin.
Ha considerado esta sinagoga que el oro y la plata son los verdaderos hijos de la tierra que hacen guerra al Cielo… el dinero es una deidad de rebozo que en ninguna parte tiene altar público y en todas tiene adoración secreta; no tiene templo particular porque se introduce en los templos. Es la riqueza una seta universal en que convienen los más espíritus del mundo, y la codicia, un heresiarca bienquisto de los discursos políticos y el conciliador de todas las diferencias de opiniones y humores…
No tenemos ni admitimos nombre de reino ni de república, ni otro que el de Monopantos: dejamos los apellidos a las repúblicas y a los reyes, y tomámosles el poder limpio de la vanidad de aquellas palabras magníficas; encaminamos nuestra pretensión a que ellos sean señores del mundo y nosotros de ellos. Para fin tan de lleno de majestad no hemos hallado con quien hacer confederación igual, a pérdida y a ganancia, sino con vosotros que sois los tramposos de toda Europa. Y solamente os falta nuestra calificación para terminar de corromperlo todo, la cual os ofrecemos plenaria, en contagio y peste, por medio de una máquina infernal que contra los cristianos hemos fabricado los que estamos presentes…hemos inventado una contratriaca para encaminar al corazón los venenos, cargando sobre las virtudes y sacrificios, que se van derechos al corazón y al alma, los vicios y las abominaciones y errores, que, como vehículos, se introducen en ella. Si os determináis a esta alianza, os daremos la receta…
Dejaos gobernar por nuestro Pragas, que no dejareis de ser judíos y sabréis juntamente ser Monopantos”.
Pero vino entonces la Hora de la Verdad, y tras las palabras de los Monopantos, uno de los dos rabíes procedentes de la sinagoga de Venecia le dijo al oído a Rabí Saadías: “la palabrita dejaos gobernar a roña sabe”.
Un Monopantos, componiendo su rapiña en palomita, dijo que convenía que el secreto fuese ciego y mudo. Y a continuación le dio a Saadías un libro: “esta prenda os damos como rehenes. ¿Cuyas son estas obras? De nuestras palabras. El autor es Nicolás Maquiavelo, que escribió el canto llano de nuestro contrapunto. (Hoy sería La diplomacia u otro similar del siniestro finado)
Se apartaron, tratando unos y otros entre sí de juntarse, como pedernal y eslabón, a combatirse y aporrearse hasta hacerse pedazos hasta echar chispas contra todo el mundo, para fundar la nueva seta del dinerismo, mudando el nombre de ateístas en dineranos…”
Pasada la Hora, Júpiter explica que: “He advertido que en esta Hora, que ha dado a cada uno lo que se merece, los que, por verse despreciados y pobres, eran humildes, se han desvanecido y demoniado, y los que eran reverenciados y ricos, que, por serlo, eran viciosos, tiranos, arrogantes y delincuentes, viéndose pobres y abatidos, están con arrepentimiento y retiro y piedad; de lo que se ha seguido que los que eran hombres de bien se hayan hecho pícaros y los que eran pícaros, hombres de bien. Para la satisfacción de las quejas de los mortales, que pocas veces saben lo que nos piden, basta este poco de tiempo, pues su flaqueza es tal, que el que hace mal cuando puede, le deja de hacer cuando no puede, y esto no es arrepentimiento sino dejar de ser malos a más no poder”.
Y continúa: “Todos reciban lo que repartiere la Fortuna, que sus favores o desdenes, por sí no son malos, pues, sufriendo éstos y no despreciando aquellos, son tan útiles los unos como los otros. Y aquel que recibe y hace culpa para sí lo que para sí toma, se queje de sí propio, y no de la fortuna, que lo da con indiferencia y sin malicia. Y a ella la permitimos que se queje de los hombres que, usando mal de sus prosperidades o trabajos, la difaman y la maldicen”.
Con su teoría sobre los judíos y los Monopantos, Quevedo parece estar hablando de cosas tan actuales como el NOM, en la que además del propio siniestro Kissinger, ilustre Monopantos, podríamos incluir a otros de su cuerda diabólica.
Fuente de los textos reproducidos:
Quevedo
Obras Completas. Prosa
Editorial Aguilar
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