Reconozco que me entretienen mucho los vídeos cortos de Instagram. Para mí, es una forma como otra cualquier de perder el tiempo o de desconectar de la vorágine diaria. Y, además, son gratis: negocio redondo para unas neuronas sobre saturadas de información durante la jornada.
Los clips (perdón por mi lenguaje ochentero a los millennials) que me encuentro son de temática variada. La red ofrece aleatoriamente desde una caída en bicicleta a una intervención parlamentaria, pasando por recetas de postres caseros. Nada con especial enjundia intelectual. Pero hoy, dentro de su aleatoriedad, la red me ha ofrecido un video del Sr. Omar Montes que, francamente, me ha encantado.
Vaya por delante que no conozco al Sr. Montes. Sé lo que “San Google” dice de él, que es un cantante español y que ha participado en varios programas de televisión. Su estilo de música, sinceramente, no va conmigo. No sé qué religión profesa (ni falta que hace). Pero, por ese vídeo, seguramente por ser hoy el día que es, me he tomado la libertad de escribir estas líneas y, aunque no sea nadie, a decir que D. Omar, para mí, es un “SEÑOR” con mayúsculas.
En ese vídeo se ve al Sr. Montes avanzando hacia el escenario en uno de sus conciertos. En un momento dado, se encuentra con un matrimonio de señores mayores. Deduzco que, por la familiaridad con que los trata, su relación viene de lejos. Pero, lo que más me ha impactado es el cariño desbordante con que los trató. La felicidad de uno y otros por encontrarse, francamente, me ha emocionado. Pero más me han emocionado las palabras del Sr. Montes para unas personas mayores, su cariño, el respeto con que les habla y, sobre todo, pedir que les colmaran de atenciones: impagable cuando a su séquito les dice “¡coged la silla y a la abuela la ponéis en el escenario!”. Como dicen los jóvenes de hoy, “respect” para D. Omar.
Hoy tenemos una de las noches más especiales del año. Nace Jesús, el hijo de Dios. A lo largo de su vida, nos enseñó infinidad de valores como la humildad, el respeto al prójimo y que la familia, tanto de sangre como la que construimos en el tiempo, es lo más importante. Nos ofrece enseñanzas de vida que, cada cual, puede coger o no. Pero, al menos para mí, lo que queda claro es que esas enseñanzas no deben limitarse a estos días, sino que deben darse todo el año. En definitiva, debería ser Navidad todo el año.
Que la familia se reúna alrededor de una mesa es de las cosas más grandes que existen. Celebrando que estamos los que estamos y recordando a los que marcharon pero que, en realidad, nunca se van. Y en esa mesa es donde se proyectan los valores y enseñanzas de Jesús: en mi casa, y como no puede ser de otra forma, el sitio principal es para mi Yaya, la Sra. María, que con casi 94 años sigue siendo nuestro faro.
Ahí radica el auténtico valor de la Navidad. En recordar que nace Jesús, en todo aquello que hizo bueno y aun hoy, pese a todo, perdura. En dar gracias porque esté en nuestras vidas y en que la familia pueda seguir reuniéndose. Solo por eso, ya somos afortunados y la Navidad cobra sentido.
Ojalá ese Niño Jesús que nace esta noche en el portal de Belén, nazca también en nuestro corazón. Sería el mejor regalo que podemos recibir.
¡Feliz Navidad!