Artículo de Alfonso de la Vega
Tras cuarenta y ocho años de Monarquía se cumplen ahora cuarenta y cinco de constitución, muy mal llevados desde luego porque más que en plena madurez está al borde de la tumba. Desalmada, sólo queda la letra muerta. La cosa ha resultado un fiasco espiritual, intelectual y democrático. Un renovado decimonónico “vivan as caenas” bajo la servidumbre de un bipartidismo corrupto, saqueador e infame, espectacular apogeo del caciquismo local y periférico, no exento de la glorificación del reaccionario indigenismo tribal y antiliberal.
¿Tenía porqué haber sido así con carácter fatal? No hubo verdadero proceso ni Cortes constituyentes. Fue perpetrada de tapadillo con un ojo puesto en la garantía de negocio y dominación de la oligarquía y los poderes fácticos y el otro en engañar al presunto pueblo soberano para que no se desmandara. Pero aunque la constitución tenga muchos defectos, en especial el Título VIII es especialmente siniestro y devastador, seguramente no tendría porqué haber resultado tan nociva. Pero, con la perspectiva que da el paso del tiempo o el estudio de nuestra Historia, quizás sí. Acaso, ya digo, todo estaba ya programado desde el origen aunque fuera inconscientemente por sus autores conocidos. Y queda luego el papel de los grandes artistas del desempeño.
Hoy, aniversario de la Constitución del 78, constatamos el indisimulable fracaso de un régimen devenido ilegítimo, fraudulento, que saquea, humilla y miente a la cada vez más desolada y empobrecida población que lo sufre. Ni existe la más mínima ejemplaridad, ni se respetan los derechos civiles, ni apenas ninguna institución cumple con su misión o razón de ser. Pese a los fastos oficiales y a los intentos de enmascarar la realidad, la verdad es que como en otras anteriores ocasiones históricas nos encontramos en una situación objetivamente subversiva revolucionaria, aunque esta vez fomentada por las propias instituciones.
Debiera ser evidencia de razón que el chalaneo borbónico entre el gobierno de Su Majestad y los rebeldes golpistas catalanes, incluso con mediación internacional de expertos en guerrillas, perpetrada en la heroica Suiza cómplice de ladrones, deja el prestigio de la nación española en el vertedero y constituye el certificado de defunción tanto de la soberanía nacional como del corrupto Régimen borbónico que nos ha llevado a esta ignominia, remedo de la s Capitulaciones de Bayona. Los despojos de la soberanía española no están en la tramoya de la carrera de San Jerónimo sino vilmente repartidos entre bandoleros en Suiza y los déspotas satanizados de la UE en Bruselas. Sin olvidar junto a nuestra lamentable clase política o las élites oligárquicas a la propia Dinastía. Principal responsable de lo que pasa.
En un ejercicio de nostalgia no exenta de cierto masoquismo se puede releer el famoso Preámbulo constitucional y observar el evidente contraste entre la metafísica declarada del invento y la realidad que disfrutamos: la verdadera condición actual de impostura mohatrera del Régimen borbónico. Un estado terminal que no consiguen ocultar ni la pompa y boato ni la vaciedad de los discursos oficiales empeñados en glosar y alabar una realidad que no existe, salvo en la letra dedicada a justificar la teoría o razón de ser de las instituciones.
En efecto, repasar los objetivos fundacionales expresados en el Preámbulo no se sabe si da más vergüenza que indignación cuando se comparan tan bellos y encopetados ideales allí expresados con lo que ahora ocurre. Decía así:
“La Nación española deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama su voluntad de:
Garantizar la convivencia democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden económico y social justo.
Consolidar un Estado de Derecho que asegure el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular.
Proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones.
Promover el progreso de la cultura y de la economía para asegurar a todos una digna calidad de vida.
Establecer una sociedad democrática avanzada y
Colaborar en el fortalecimiento de unas relaciones pacíficas y de eficaz cooperación entre todos los pueblos de la Tierra.
En consecuencia, las Cortes aprueban y el pueblo español ratifica la siguiente Constitución…”
¿En “consecuencia”, dice? ¿Qué ha fallado para que las cosas estén como están? ¿El texto, las instituciones, las personas, o todos?
La Constitución siempre fue una chapuza técnica y ahora se observa su incompetencia para evitar el mal desempeño del Poder y los ataques a España. ¿Existe real separación de poderes? ¿El pueblo supuesto “soberano” pinta algo en el asunto aparte de soportar impuestos abusivos y humillaciones impunes? ¿Puede coexistir un sistema más que federal centrífugo con una Jefatura del Estado no electa y con un Poder ejecutivo que depende de mayorías parlamentarias disolventes?
¿Qué queda de la Nación constituyente y de sus ideales declarados? ¿Acaso no ha sido arrasada gracias precisamente a la Constitución que se celebra? ¿Logrará ésta que la Nación desaparezca disuelta a la vez en taifas caciquiles liberticidas e instituciones globalistas ajenas a nuestras tradiciones e intereses?
¿Tenemos soberanía para algo importante o estratégico más que para resignarse a comprar mercancía electoral podrida antes de que la famosa maquinita sorosiana haga sus trampas y quite o ponga votos a gusto de la plutocracia? ¿En verdad los españoles controlamos las variables fundamentales o los pilares básicos de nuestra civilización?
¿Es limpio el sistema electoral? ¿No es más cierto que estamos abocados a la pobreza, incluso al hambre? ¿Existe el imperio de la Ley en las regiones golpistas que cada vez son más? ¿Se protegen los derechos civiles de los ciudadanos que viven en ellas? ¿Por qué gran parte de la criminalidad permanece impune? ¿Si hay imperio de la Ley, cómo es posible que buena parte de nuestra casta política no esté en la cárcel?
Nuestra penosa realidad es que hoy, mientras se celebran estos vistosos fastos y saraos oficiales, gran parte de nuestro territorio está fuera de control. Con hordas de invasores impunes y tratados mejor que los españoles. Ni se respetan los derechos humanos ni existe el imperio de la Ley. Fuerzas políticas, algunas incluso representantes de la propia Monarquía en las instituciones, llaman a la violencia y a la guerra civil sin que pase nada. El gobierno de Su Majestad no sólo no defiende la legalidad vulnerada sino que la ataca.
Tampoco se observa por ningún lado el ineludible, dada la gravedad de los acontecimientos, papel moderador y de arbitraje de las instituciones que se asigna a la Corona, que ostenta además de la Jefatura del Estado el mando supremo de las Fuerzas Armadas, cuya misión es “garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional”. Y que consiente sean agredidos la Nación y los ciudadanos. Y ultrajada ella misma junto con símbolos nacionales como la bandera o el himno nacionales con absoluta impunidad. Pues sí, el rey está desnudo. La Corona es la clave de bóveda del desastre. Y con Su Majestad abajo firmante, todos los demás.
¿Estamos ya en un punto de no retorno? ¿Qué pasará?