La corrupción es un mal endémico en la política, pero esta lacra se acrecienta cuando, tras décadas de políticos corruptos, la metástasis se extiende a militares, policías, instituciones y funcionarios, incluidos jueces y fiscales. Esto se acrecienta en regímenes totalitarios en los que el gobierno lo controla todo, desde la información hasta el más mínimo detalle, creando sociedades asfixiadas, sin esperanza. Cuando esto ocurre, los servicios públicos se derrumban y al ciudadano no le queda otra que lamentarse, sufrir y pasar hambre, al tiempo que maldice el momento en que fue engañado con falsas promesas y se pregunta ¡cómo hemos llegado a esto! Pero ya es demasiado tarde.
He viajado por casi todos los países de América; del norte, del centro y del sur; y he pasado largas temporadas en México, Ecuador, Costa Rica, Panamá, Venezuela, Argentina, Estados Unidos y su Estado Libre Asociado, Puerto Rico, un auténtico paraíso donde los haya, que sufre desde hace años los estragos de la experimentación con humanos sin su consentimiento: desde la píldora anticonceptiva con elevadas dosis de estrógenos y progestina, radiaciones de microondas e incluso el famoso “agente naranja” utilizado en la guerra de Vietnam. Pero esta es otra historia.
A medida que subimos los escalones del poder, la corrupción es menos visible a la vez que más grave y destructiva. ¡Ay las mesas de juntas de los think tanks en las que se planifican las guerras, los cracs financieros y el declive moral a través del adoctrinamiento! Pero hay países en los que, dejando a un lado los asuntos de corrupción en las altas esferas a nivel de presidencial, esta se percibe en el día a día, sin necesidad de leer la prensa. Yo viví esta experiencia en México, donde nada más llegar me aconsejaron no salir sola; no por los delincuentes comunes, sino por la policía que se había convertido en un peligro para los ciudadanos, en especial para los de fuera.
El modus operandi de la policía era extorsionar a los ciudadanos con sus mordidas. Por aquellos días, Arturo Durazo estaba al frente de este cuerpo de seguridad del Estado, y los agentes debían entregar al final de la jornada lo recaudado por extorsión. Durazo había organizado una banda de robo de coches con las grúas municipales. En cuatro años se hizo inmensamente rico con el crimen organizado. En el libro Lo negro del negro Durazo, González González, uno de los cabecillas, hace una confesión de todos los delitos de su jefe: robo, fraude, estafa, extorsión, narcotráfico, tortura, venganzas, asesinatos y trata de blancas. De esto hace treinta años, pero la situación ha empeorado: narcotráfico, secuestro de niños, pederastia, tráfico de órganos y asesinatos que nunca se investigan están a la orden del día. Aún están pendientes los casos sangrantes de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, un auténtico escándalo internacional, por el que todos los presidentes han pasado de puntillas.
La corrupción en Argentina se vislumbra en Buenos Aires nada más salir del aeropuerto. Uno de los típicos poblados llamados “villa miseria” da la bienvenida al visitante, que se asombra de la precariedad de estos asentamientos humanos, sin apenas servicios básicos. Pero eso es solo la punta del iceberg. Argentina lleva décadas devastada por la serie de gobernantes corruptos, uno tras otro.
También en este país he podido ver y sufrir la corrupción a ras de tierra. En uno de los viajes a Buenos Aires, los más de 200 pasajeros del avión DC-10 de Viasa, procedente de Caracas, estuvimos a punto de perder la vida en el aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Ezeiza. De ese momento solo recuerdo los gritos, el topetazo del avión al tocar tierra, los equipajes y los cristales de las luces de cabina por el suelo, el parón de la aeronave tras salirse 300 metros de la pista y la orden de evacuación, al tiempo que se abrían las salidas de emergencia con sus rampas correspondientes. Se nos pidió salir rápidamente, sin bolsos de mano, alejarnos deprisa y correr hacia la terminal, que quedaba bastante alejada. Eran las 6:20 h de la madrugada, unos días antes de Navidad (verano en el hemisferio sur), y llovía a mares. Hago esta aclaración porque de ser invierno nos habríamos muerto de pulmonía. No hubo heridos graves; solo algunos contusionados y mucho histerismo.
No recuperamos el equipaje hasta el día siguiente. Cuando acudí a las dependencias de la policía del aeropuerto había compañeros de viaje muy enfadados gritando que les habían robado todo el dinero y otras pertenencias. Cuando recuperé mi equipaje de mano, también me faltaban 1000 dólares y un par de joyitas de las que nos ponemos para ir de cena o a algún evento. Después tuvimos que perder tiempo formulando la denuncia en el consulado español. Allí nos dijeron que no era la primera vez que la policía del aeropuerto se había visto implicada en estas irregularidades, y lo mismo nos comentaron los amigos del país. Era vox populi esta manera de actuar de la policía. ¡Aún estoy esperando una respuesta! Recuerdo que me dije: “Esto es impensable en España”. Ahora ya no lo diría. En España puede pasar de todo y, si no, al tiempo. Cuando las cúpulas se corrompen, los pueblos acaban corrompiéndose. Si los políticos roban, dan golpes de Estado, pactan con terroristas, compran a jueces y encargan el asesinato de fiscales, el resto es cuestión de tiempo. La decadencia siempre empieza por la cabeza.
Otra cosa bastante rastrera que nos llamó la atención, de la cual los amigos argentinos nos advirtieron, era que había que pegar los sellos de Correos con cola, porque si no quedaban bien pegados, los propios funcionarios los arrancaban, se llevaban el dinero y echaban la carta a la basura. Aún no había redes sociales y enviábamos cartas y postales varias veces por semana. También comentamos que esto en España no pasaría nunca.
En Venezuela también había corrupción, y mucha inseguridad. Una tarde, estando en Caracas, en la terraza del Gran Café, en plena Sabana Grande, tuvimos que escondernos detrás de una máquina de bebidas para no ser alcanzados por el cruce de balas entre policías y ladrones. No vamos a decir que Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera –por citar a los últimos presidentes antes de la dictadura—, eran unos santos, pero el país iba funcionando y los venezolanos comían, disfrutaban de lo poco o mucho que tenían y, sobre todo, eran ciudadanos libres. La revolución bolivariana puso fin a todo eso. Hugo Chávez institucionalizó la corrupción a gran escala y el narcotráfico, y Maduro la agrandó hasta límites nunca vistos. Pero el cinismo, la desvergüenza y la prepotencia llegan a tal nivel, que ni se inmutan cuando la prensa extranjera les llama corruptos. Los medios nacionales están controlados por el gobierno. Ahora, los venezolanos no tienen información, ni comida, ni libertad, ni esperanza de futuro porque las elecciones libres no existen. La detención ilegal, la tortura y el sicariato de Estado es una práctica común. Una venezolana me decía hace unos meses: “Éramos felices y no lo sabíamos”. No he vuelto a viajar a Venezuela.
Cuando llegó Podemos y empezamos a ver la deriva de la política y se empezó a decir que en España podría ocurrir lo mismo que en Venezuela –los venezolanos también habían dicho que allí no ocurriría lo que en Cuba—, los optimistas sacaban pecho y decían que imposible. Se les llenaba la boca arguyendo que no estábamos solos, que aquí estaba Europa para defendernos. ¿Pero qué es Europa sino otro nido de sutil corrupción, a lo fino? Nos quieren para que seamos su basurero. ¿Quién está recibiendo todos los inmigrantes y alojándolos en balnearios y hoteles sino España? ¿Quién está contribuyendo a la ruina del sector primario? Europa, lejos de ser nuestro Superman, es la bruja malvada. Nos atacan por los cuatro costados. Se trata de satisfacer una venganza milenaria.
Pues venga, ya tenemos comunismo duro para todos. Los del foro de Puebla están borrachos de tanto champán. Ya le estarán encargando el monumento a Zapatero. Bien lo merece. Nada menos que la Madre Patria en manos comunistas para su demolición. Hace daño pensarlo, pero es lo que hay. Vía libre a la ley de la selva, al atraco a las instituciones, la persecución a periodistas y el cierre de medios de comunicación independientes; la gente de bien a la cárcel y los golpistas a los escaños. La pobreza, la censura, el descontento, el desánimo y la desesperanza son los nuevos lemas para el escudo de España, ahora bajo la bandera de la traición. ¡Y eso que en España nunca pasaría lo de Venezuela! Pero no vamos a quedarnos ni quietos ni callados.
Terrible realidad la que nos están echando encima. Si se investiga el tema uno llega a la hipótesis bien fundada de que la corrupción de las cúpulas y sus esbirros del GobiernOposición es un elemento necesario más para el caos previo al Gran Reseteo y la genocida Nueva Dictadura Mundial 2030. Además los ocultos autores no lo ocultan en textos que ellos mismos desprestigian luego cuando se divulgan, como los protocolos de los sabios de Sion ¿Es inteligente y progresista quedarse cagados y cruzados de manos?